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Retrato de una Ciudad Entre Abolengos y Tangas por Plinio Apuleyo Mendoza
Es una visión fastuosa y no obstante superficial. Cartagena es una ciudad única, milagrosamente preservada, joven y antigua a la vez, que merece la espectacular consagración hecha por la Unesco el 17 de agosto de 1985 al ser declarada patrimonio de la humanidad. A lo largo de sus 456 años de vida ha conocido sucesivamente épocas de esplendor y decadencia. Sus cronistas nos recuerdan con razón que fue la joya de España en el Caribe. Era objeto de temerarias codicias. Los piratas de su majestad británica soñaban con ella desde que entraban en las aguas reverberantes del mar de las Antillas, y con suerte variable intentaban desafiar los cañones de sus espléndidas fortificaciones. Dos imperios enfrentados cruzaban gritos y disparos al otro lado de las murallas. "Su comercio -dice García Márquez en El amor en los tiempos del cólera- había sido el más próspero del Caribe en el siglo XVIII, sobre todo por el privilegio ingrato de ser el más grande mercado de esclavos africanos de las Américas". Los virreyes -recuerda también- preferían gobernar desde aquí, frente al océano del mundo, y no en la capital distante y helada cuya lluvia de siglos les trastornaba el sentido de la realidad". La dama crepuscular Para pintar la estampa de su pasado colonial, a esas imágenes de los galeones cargados con el oro de Lima, Potosí, Quito y Veracruz buscando en la bahía un abrigo a las mareas y los vientos; a los bucaneros, ebrios de sangre y alcohol, abriéndose paso a través del humo y el estrépito de la pólvora para saquear conventos y violar mujeres; de virreyes, marqueses, muchachas guardadas como joyas tras portones y persianas, de militares, frailes, buhoneros y esclavos marcados con hierros candentes; a todo eso habría que agregar los herejes, bígamos y brujos llevados ante el tribunal del Santo Oficio; el pavor de las bóvedas donde aguardaban la muerte; los rezos en el tembloroso resplandor de las velas; las leyendas gallegas y africanas de espantos y aparecidos susurradas en la oscuridad de portales y patios. Dueña de este pasado de leyenda y de todas las glorias y desventuras de la guerra de independencia, la ciudad pareció entrar en la era republicana en un largo período de letargo y decadencia. Con sus treinta familias de apellidos ilustres, parecia una dama llena de abolengos, resignada a vivir, entre los diluvios del invierno y las brisas de diciembre, el crepúsculo de su antiguo prestigio colonial. De su pasado esclavista había guardado cierto desdén por la chusma mulata que invadía sus calles entre semana y prendía el sábado, con cualquier pretexto, las velas de la cumbia. "Moridero de pobres" llama García Márquez a esta ciudad de comienzos de siglo, "donde se oxidaban las flores y se corrompía la sal, y a la cual no le había ocurrido nada en cuatro siglos, salvo envejecer despacio entre laureles marchitos y ciénagas podridas". Entrando en ella, de regreso de París, Juvenal Urbino experimenta desde el barco una sensación de terror. "El mar parecía de ceniza, los antiguos palacios de los marqueses estaban a punto de sucumbir a la proliferación de los mendigos, y era impensable encontrar la fragancia ardiente de los jazmines detrás de los sahumerios de muerte de los albañales abiertos". Visión magnificada de un desastre, sin duda, pero desastre al fin y al cabo. Al otro lado de la ciudad tumultuosa y popular que crecía sin misericordia a orillas de las ciénagas, la ciudad dirigente mantenía su altiva respetabilidad. Clubes exclusivos y frescas casas de Manga, sombreadas por palmeras y con pórticos de columnas, le servían de refugio. El comercio, siempre activo en una ciudad portuaria, y la ganadería de las sabanas le permitían mantener su lustre tradicional. Entre esta alta clase y la pobrería que llenaba plazas y portales viviendo de cualquier cosa, no había sino una débil y modesta clase media de funcionarios y empleados, sin ninguna capacidad dirigente. Cartagena estaba lejos de tener la pujanza de Medellín o Ba rranquilla. Esta situación llegó a ser como un sello heráldico de la ciudad hasta mediados de siglo. Con raras excepciones, líderes cívicos, empresarios, alcaldes, gobernadores, notabilidades políticas, historiadores o artistas lucían los plateados apellidos que en los archivos de la ciudad siempre figuraron en pape les protagónicos, inclusive a la hora de subir al cadalso durante los días heroicos. Vélez, Román, Pombo, Piñeres, Lequerica, Emiliani, Lemaitre, Del Castillo, Cavelier, Mogollón, Grau, Ángulo, Segovia, Martínez, Aycardi, Zubiría, de la Vega, Martelo, y otros cuantos del mismo timbre giraban como brillantes libélulas en los salones del Club Cartagena o en el Club de Pesca, donde ningún montuno de las sabanas, que hubiese sudado su dinero cabalgando entre novillos o marcando reses, ponía allí sus pies. La vida en el medio siglo Las bonitas mujeres que en el Club Cartagena habían
vivido noviazgos inocentes, bajo la mirada vigilante de padres y hermanos,
con la música de Lucho Bermúdez o los boleros de Lara y Elvira Ríos invadiendo
el aire tibio de la noche, una vez casadas matarían el ocio ardiente de las
tardes jugando a la canasta o al vido, comentando entre risas de escándalo
los chismes de Juanita en el Diario de la Costa o haciendo voluntariado
social con la aprobación benévola del obispo. Jamás expusieron su piel al
sol canicular de los mediodías ni iban a las playas, que eran invadidas por
muchedumbres estrepitosas de los barrios populares y cachacos con gorras y
franelas de turista, martirizados por los zancudos. Impecables en sus
smokings tropicales, personajes como Fulgencio Lequerica, Vicente Martínez o
el Bebé Martelo presidían las fiestas del 11I de
noviembre y prestaban su mano para exhibir, ante el relámpago de los flash,
a la nueva reina de la belleza. Libres por una vez de jugar el papel de novios intachables o de escoltas principescos de las debutantes en sociedad, los muchachos de las buenas familias encontraban la manera de vivir alguna aventura efímera con muchachas más libres en los bailes tumultuosos de la Plaza de la Aduana o de la Plaza de los Coches, amparados por la impunidad del capuchón. Tal fue la vida de Cartagena a la altura del medio siglo, cuando todavía el cordón umbilical con el pasado, con sus tradiciones, sus códigos éticos, su sentido de las distancias, no se había roto. Treinta años después, la ciudad es otra. No podría comparársele a la dama crepuscular de grandes abolengos, sino a una de esas muchachas bellas y elásticas sin miedo a nada, con pelo de huracán, que vibran al ritmo de candela viva de la salsa en las noches de La Escollera o el Club Náutico. Nuevos aires En muy buena parte, ese cambio se debe al aire fresco que viene soplando desde las universidades en los recintos de la clase dirigente. Activos profesionales, venidos de una emergente clase media, han tomado el timón que antes mantenían en sus manos las grandes familias. Alcalde, gobernador, dirigentes políticos, empresariales y cívicos vienen hoy de esa provincia que no ponía sus zapatos en el Club Cartagena. La sola Corporación Tecnológica de Bolívar reúne 2.000 estudiantes que se apartan, al fin, de las carreras tradicionales. El Club de Profesionales, en Crespo, tiene hoy en la ciudad un peso considerable. La riqueza ha cambiado de manos. Febriles inversionistas del interior del país, olfateando la explosión turística de la ciudad, llena ron de nuevos edificios el sector de Bocagrande haciendo de la propiedad horizontal un vértigo de millones, de ofertas y demandas, de transacciones rápidas y atrevidas. El metro cuadrado puede alcanzar la cifra insolente de 375.000 pesos (1989). Todo, en tomo a la construcción, es fiebre e ímpetu, desde que el turismo selectivo que antes llenaba el Hotel del Caribe fue arrasado por el turismo medio y popular que, llegando con frecuencia en polvorientos automóviles, toma por asalto la ciudad en puentes y vacaciones. La ciudad, que tuvo siempre, desde los tiempos remotos de la Colonia, una reputación de centro comercial, deriva ahora el 40 por ciento de sus ingresos de la industria. El complejo de Mamonal, que incluye grandes empresas petroleras, químicas y de agroindustria, ha venido creciendo de manera constante. Los nuevos proyectos de Atuncol, Agafano, Dexton, Dow Química, Hoechst, Holasa, Maltería Tropical, Petroquímica de Colombia, Siderúrgica del Caribe, Flota Mercante Grancolombiana y Drummond representan para la próxima década inversiones por más de 430 millones de dólares. Si bien ejecutivos y empresarios del interior son mayoritarios en el manejo de esas empresas, Intercol tuvo en su momento la buena idea de reclutar y formar ejecutivos oriundos de la ciudad. Aunque el turismo no representa sino el 5 por ciento de los ingresos de la ciudad, socialmente rinde un beneficio considerable. Desde los almidonados maitres del Hotel Hilton hasta las negras que venden cocos en la playa y los cocheros que llevan turistas por las calles dormidas de la ciudad vieja, miles de cartageneros viven de él. Si bien los canadienses de tercera edad que vienen para disfrutar del sol del Caribe se han ganado una reputación de avaricia, los turistas de los cruceros dejan cada uno en promedio doscientos dólares en la ciudad. Son ávidos compradores de esmeraldas y objetos de oro para prosperidad de las innumerables joyerías. Dos ciudades Pese a todo, el viejo espíritu de la ciudad no desaparece y sus tesoros coloniales en vez de ser relegados a segundo plano han tenido una espectacular revalorización. En el Club de Pesca revive la tradición cartagenera de la tertulia. Allí se reúnen todos los viernes viejos y nuevos cartageneros para cultivar el antiguo placer de la charla, alrededor de un trago, en el aire salobre del atardecer de la bahía: Enrique Zureck, Reinaldo Martínez, Fucho Román, Tico Rodríguez, Tico Cavelier, Guillermo Lequerica, León Trujillo, Juan Ignacio Gómez Nahar, Pablo Obregón, entre otros. La ciudad que se alza dentro del recinto amurallado ha sido milagrosamente recuperada. Es como una tela antigua que hubiese sido objeto de una soberbia restauración. Asomarse a un balcón y mirar de noche las calles silenciosas alargándose entre vetustos caserones coloniales, oír el paso tranquilo de los coches, es como tener una visión del siglo XVIII. La vieja Cartagena produce esa sensación de encanto e irrealidad, de tiempo de tenido, que uno sólo percibe en Europa en ciudades tales como Ve necia o Brujas. Los lugares que han surgido allí participan de la misma atmósfera evocativa. En Queimada, un bar penumbroso con un largo mostrador de madera, devotos del bolero vienen en las noches para oír cantar a Sofronin. A pocos metros de allí, en la casa suntuosa del bogotano Eduardo Puyana, el Bodegón de la Candelaria revive la atmósfera de un patio sevillano. El Mirador de los Altos es un lugar encantador desde donde se divisan los tejados y torres de la ciudad colonial. Es célebre su pianista español que toca hasta la madrugada. En la Plazuela de Santo Domingo, Pacos reúne una cliente la de jóvenes profesionales y ejecutivos. En las bóvedas, las peñas taurinas reviven otra vieja tradición de la ciudad. Dentro de este vivo resurgimiento de Cartagena, viejos lugares cambian de cara. Cafés al aire libre, frecuentados por gente joven, animan la zona del Arenal, que en otro tiempo abrigaba talleres de reparación de embarcaciones pesqueras y burdeles de marineros. La vida cultural arde con vivacidad en torno a la Escuela de Bellas Artes, al Museo de Arte Moderno, a galerías de arte y a la Calle de la Facto ría donde Alejandro Obregón, que es hoy una institución de la ciudad, tiene su casa y taller. Docenas de muchachos devoran libros en la biblioteca Bartolomé Calvo, con la misma pasión con que asisten al Festival de Música del Caribe y al Festival de Cine. Las muchachas de la nueva generación deben reírse hoy de sus madres y abuelas y de la vigilancia carcelaria a que fueron sometidas cuando eran jóvenes solteras. Deben reírse también de sus ejercicios de piano en la quietud de las tardes, sus juegos de canasta, sus clubes de jardinería y sus trajes de baño pudibundos. La tanga es hoy como un símbolo de la liberación. Las jóvenes cartageneras no le temen al sol, ni al mar, ni a los hombres; la relación con estos ha cambiado por completo. Con la misma saludable vitalidad deportiva se zambullen en el agua azul de las islas o en la música de la salsa y del rock que estremecen las noches de La Escollera. Las viejas distancias sociales van quedando abolidas. Nadie se sor prende de ver al lado suyo, bailando con turistas italianos o gringos, a las muchachas de color que antes regaban los jardines o vendían alegrías por las calles. Inclusive para la clase alta y tradicional, el club dejó de ser el único lugar de encuentro. Se circula con mayor elasticidad en hoteles de lujo, restaurantes, residencias y apartamentos de bogota nos enamorados de Cartagena y en las casas de lujo que han sido edificadas en las islas. Sede internacional Las Islas del Rosario, justamente, son otro factor de cambio. Refugio en otro tiempo de pescadores de langostas y de pargos, entraron en la vida de la ciudad como su natural prolongación marina. Están lejanos los tiempos en que su primer colono fue un pescador negro que se denominaba a sí mismo Ricardo el rey de los tiburones. Sus verdaderos pioneros fueron hombres tales como Pepino Mogollón, José Vicente Truco, Rafael Obregón, Roberto de la Vega, Fucho Román y Hernán Echavarría. Los bogotanos las descubrirían desde cuando el presidente Pastrana Borrero las puso de moda. Internacionalmente la ciudad cobró una dimensión prestigiosa cuando se inauguró el Centro de Convenciones y la Casa de Huéspedes. Presidentes y cancilleres de América Latina han ido allí una y otra vez. Felipe González, el jefe de Estado español, declara a quien quiera oírlo que Cartagena es una de las ciudades más fascinantes del mundo. El propio rey de España, Juan Carlos de Borbón, comparte este amor a primera vista. La conoció cuando era un tímido cadete naval. Volvería como invitado de honor con su esposa y su hijo, el príncipe de Asturias. _Qué futuro le espera a la ciudad? Sus dirigentes cívicos, como Carlos Villalba Bustillo, fruncen el ceño recordando su crecimiento vertiginoso, la insuficiencia de su capacidad eléctrica y de los restantes servicios públicos, la especulación inmobiliaria y los problemas ecológicos que envenenan el agua de la bahía y matan peces y alcatraces. La traumática situación de Colombia, recientemente difundida en el exterior, aleja el turismo. Hoteles vacíos y solitarios parasoles en las playas son como un reflejo de esta situación preocupante. Son nubes, y ojalá nubes pasajeras como las que ensombrecen a veces los cielos del Caribe. De todas maneras, un hecho es cierto: la ciudad ha emprendido un decidido despegue desde hace tres décadas y nada permite creer que no continuará con igual fuerza. Los suyos son problemas de crecimiento. Pero si hay algo extraordinario en la Cartagena de hoy es que su impetuosa modernidad y su estrepitosa vocación turística no han alterado, pese a todo, su espíritu tradicional. La ciudad colonial es conservada como una joya en su estuche de piedra. La vieja dama de abolengos y la muchacha de la tanga, su nieta, han logrado convivir en pleno acuerdo. Plinio ApuletoMendoza
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CARTAGENA DE INDIAS VISIÓN PANORÁMICA Por Adelaida Sourdis Nájera.
En su cuarto viaje Cristóbal Colón avistó las costas colombianas. En 1499 Alonso de Ojeda con Juan de la Cosa y Américo Vespucio descubrieron el Cabo de la Vela , en la Guajira y entre 1501 y 1502, Rodrigo de Bastidas bordeó toda la costa colombiana y descubrió la bahía de Cartagena. Entrados los conquistadores en “tierra firme”, o sea en el continente, en 1509 la Corona de Castilla creó las primeras divisiones administrativas en un área geográfica cuya extensión apenas se intuía. Nueva Andalucía y Castilla de Oro se llamaron, en homenaje a los reinos poseedores del nuevo mundo descubierto. La primera abarcaba desde el Cabo de la Vela hasta el golfo de Urabá, o del Darién y la segunda el istmo de Panamá. En 1532, Pedro de Heredia, madrileño llegado a Santo Domingo con Bartolomé Colón y a Santa Marta con el gobernador Pedro de Vadillo, contrató con la Corona la conquista de una parte del territorio de Nueva Andalucía. Se le concedió la gobernación de Cartagena, que se extendía desde el río Magdalena hasta el golfo del Darién. Desembarcó en enero de 1533 y se asentó en el poblado de Calamarí (cangrejo en lengua nativa), en la isla de Karec a orillas de la bahía, que había sido abandonado por los indígenas. Después de buscar infructuosamente un sitio favorable con provisión de agua dulce para hacer la fundación a que estaba obligado, se decidió por el asentamiento nativo aunque no tuviera el anhelado río. Lo determinó la excelente bahía, bien protegida y con fondo suficiente para barcos de gran calado. Fundó la ciudad de Cartagena de Indias - para distinguirla de la Cartagena de España - , en junio de 1533.
DE FLOTAS Y
GALEONES
FERIAS Y
CONTRABANDO FORTIFICACIONES PUERTO NEGRERO POBLACIÓN
INQUISICIÓN EL SIGLOXIX,
INDEPENDENCIA, SACRIFICIO Y RECESIÓN En Cartagena se organizó la primera Junta Suprema de Gobierno el 22 de mayo de 1810, cuyo ejemplo siguieron los criollos de Cali, el tres de julio, Pamplona el cuatro, Socorro el diez y la capital Santafé, el veinte(9). Poco después en la provincia cartagenera se inició la emancipación absoluta. Mompox declaró su independencia de España el 6 de agosto de 1810 y fue duramente reprimida por Cartagena, pero un año después, el once de noviembre de 1811 la ciudad amurallada declaró su separación absoluta de España y estableció el Estado “libre, soberano e independiente”(10) de Cartagena de Indias. Esta república duró hasta el cinco de diciembre de 1815 cuando los patriotas evacuaron la ciudad ante la imposibilidad de continuar resistiendo a los ejércitos al mando del General Pablo Morillo, enviados por Fernando VII para reconquistar la Capitanía General de Venezuela y el Virreinato de la Nueva Granada. Cartagena y su provincia soportaron un pavoroso asedio. La provincia fue invadida desde Santa Marta por tres puntos diferentes y la ciudad fue sitiada por mar y tierra durante 107 días. Las tropas invasoras impidieron la entrada de alimentos y refuerzos hasta rendir la Plaza por hambre. Caballos, burros, perros, cueros, ratas y otras alimañas fueron consumidos por una población hambrienta que prefirió la muerte antes que entregarse. El cinco de diciembre de 1815, al caer la tarde los patriotas evacuaron la ciudad en una flotilla de naves corsarias que logró burlar el cerco de los barcos realistas. Muchos naufragaron y otros fueron abandonados por los corsarios en playas panameñas después de haber sido despojados de las pocas pertenencias que habían logrado salvar. El seis de diciembre los españoles entraron a la ciudad donde sólo encontraron desolación y muerte. Eran tantos los cadáveres y tal la pestilencia, que Morillo ordenó apilarlos en barcazas, echarlos al mar y hacer sahumerios en toda la ciudad. Los relatos cuentan que se formó sobre la Plaza una densa nube que la cubrió durante varios días(11).
El costo de la independencia fue
catastrófico para Cartagena y su provincia(13).
Significó la destrucción de su economía, la pérdida de su preeminencia
geopolítica, el empobrecimiento y la recesión económica durante casi un
siglo. La destrucción de la ciudad significó una caída dramática de su
población. Perdió la mitad de sus habitantes y la casi totalidad de su clase
dirigente, muerta durante el sitio, emigrada o sacrificada en los patíbulos
de las autoridades realistas. De 18.708 personas que se calcularon para la
ciudad en 1815, la población descendió según el censo de 1835 a 11.929
personas y siguió disminuyendo durante el siglo. En 1905 Cartagena apenas
albergaba a 9.681 personas(14).
UN SIGLO
PERDIDO RECUPERACIÓN
LENTA PERO SEGURA PETRÓLEO E
INDUSTRIA En 1957 se terminó de construir en
Mamonal una refinería de petróleo por la compañía INTERCOL. En 1974 la
planta pasó a ser propiedad de la Empresa Colombiana de Petróleos ECOPETROL
y diez años más tarde fue modernizada y ampliada. La confluencia de la
industria petrolera y el gas natural generaron el nacimiento de un
importante complejo petroquímico para producir amoníaco, acido nítrico,
urea, abonos complejos y negro de humo, polietileno, P.V.C., cloro y otros
productos. Ampliado el complejo, en la década de 1980 se crearon nuevas
industrias de cemento, polietileno y polipropileno, surfactantes, aditivos
para las industrias de detergentes y de cosméticos, poliuretanos y resinas
epóxicas. Al lado de las petroquímicas se desarrollaron las metalmecánicas,
de plásticos y del ramo de alimentos(17).
En 2006 se constituyó la sociedad Refinería de Cartagena S.A, entre
ECOPETROL y Glencore para ampliar la capacidad de carga de la planta,
mejorar su factor de conversión y permitir la producción de combustibles más
limpios(18).
La segunda mitad del siglo se caracterizó por el continuo crecimiento de la economía. La construcción, ligada al auge del turismo se presentó como uno de los sectores más dinámicos y la actividad portuaria se consolidó como la primera en el país. Cartagena movilizó el 34% de la carga total de todos los puertos nacionales(19). TURISMO Y
CULTURA Como las fortificaciones constituyen la muestra más completa de la arquitectura militar del imperio español en América, en 1984 la UNESCO declaró al sector histórico de la ciudad, Patrimonio de la Humanidad. Actualmente Cartagena tiene la categoría de Distrito Turístico Y Cultural y es sede alterna y habitación del Presidente de la República en el Caribe, en la Casa del Fuerte de San Juan de Manzanillo, hermosamente restaurado y acondicionado para instalaciones del primer mandatario y alojamiento de huéspedes ilustres de Colombia. INDICADORES
SOCIALES Y ECONÓMICOS Se hacen esfuerzos continuados por dar soluciones al problema y los indicadores sociales de 2007, elaborados por varias instituciones de la ciudad, muestran una mejoría en los sectores de salud, en el cual se logró en 2006 en el Régimen Subsidiado de Salud una cobertura casi total de la población; servicios públicos de agua, alcantarillado, energía eléctrica y gas, en el cual hubo un incremento notable en el estrato 1 seguido del 6; en los delitos contra la vida y el patrimonio que se redujeron a 324 en el primer semestre de 2007. El desempleo disminuyó ligeramente pero la mayor ocupación ocurrió en el sector informal donde un 65.4% de los trabajos se dieron en actividades excluidas de los beneficios legales, contra un 34.6% de los puestos laborales en el sector formal. La deserción escolar fue del 23.4%(21). Los resultados económicos han sido positivos. El 2006 mostró un bajo aumento en los precios, creación de nuevas empresas, crecimiento de la industria, especialmente en el sector de la construcción, aumento de la ocupación hotelera, crecimiento del comercio exterior y de las captaciones del sistema financiero(22). El “corralito de piedra”, como la bautizó cariñosamente Daniel Lemaitre, o “la heroica” como la ha denominado la historia, es una de las ciudades más queridas por los colombianos que sueñan con visitarla, no sólo porque ven en ella un bello símbolo de la nacionalidad, sino porque el cartagenero se distingue por su alegría, su natural inteligencia, su afán de servicio y su actitud acogedora hacia todo el que llega.
(1) Se llamaban “llaves” a los
puntos que abrían la entrada a los territorios continentales e insulares del
imperio. Existieron 20, la primera era Veracruz, llave del virreinato de
Nueva España y la 20 era Jamaica, llamada la “llave perdida del imperio
español” pues cayó en manos de los ingleses en 1659. Cartagena era la número
15.
Tomado
de:
Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Edición 222,
Junio de 2008 |
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Situada frente al mar Caribe, en el departamento de Bolívar, Cartagena de Indias se constituye en uno de los conjuntos arquitectónicos más representativos del período colonial en Colombia. Las primeras construcciones de la ciudad fueron casas elaboradas en paja y madera, que alojaron a los recién llegados colonizadores. Fue en el siglo XVII cuando los albañiles provenientes de España iniciaron la edificación de viviendas y claustros conventuales, aplicando los conceptos y técnicas aprendidos en la Península Ibérica, especialmente en Andalucía. Ellos debieron adaptar sus conocimientos a las condiciones físicas y climáticas del nuevo territorio. Esto dio como resultado dos de las características más importantes de la arquitectura cartagenera: ante la falta de piedra fue necesario utilizar como material básico para las construcciones la piedra coralina. Además, el ambiente excesivamente salino impidió el uso del hierro para las rejas de las ventanas y balcones, y llevó a los artesanos a trabajar los enrejados en madera, un arte uso que desarrollaron con maestría. ATRACTIVOS TURÍSTICOS Casa de la Aduana: Se encuentra ubicada en la Plaza de la Aduana. Fue uno de los primeros edificios construidos en Cartagena de Indias y su estilo es renacentista. En esta edificación tiene su sede la Alcaldía de la ciudad. Iglesia y Convento de Santo Domingo: Esta construcción, localizada en la Plaza de Santo Domingo, es el templo más antiguo de Cartagena de Indias. En su fachada se destaca el gran portón, que sigue el estilo del Renacimiento español de finales del siglo XVI. Casa de la Moneda: En ella se aprecian algunas de las características de las viviendas cartageneras construidas en el siglo XVII: los grandes ventanales, los balcones volados de madera y el amplio zaguán. Palacio de la Inquisición: Hace parte de las construcciones de la arquitectura civil cartagenera del siglo XVIII. En él funciona actualmente el Museo Histórico de Cartagena, el cual reúne una colección de objetos históricos y artísticos que recrean la vida de la ciudad desde la época precolombina hasta la actualidad. Convento de Nuestra Señora de la Candelaria de la Popa: En la cima del cerro de la Popa se encuentra este complejo religioso, que originalmente se construyó en madera y palma, y años después adoptó su estructura de cal y canto. Sirvió como fuerte al Libertador Simón Bolívar y hoy es sede del Museo Religioso. Castillo de San Felipe de Barajas: Es una mole de piedra con 63 cañones, construida siguiendo las normas de la arquitectura militar de la colonia. Sus baterías y emplazamientos de artillería están comunicados por galerías subterráneas. Manga: Este es un sector residencial y portuario que inició su urbanización a comienzos del siglo XX con la construcción de quintas inspiradas en las villas del sur de Francia. En Manga se utilizaron por primera vez materiales como el concreto y los pisos de mosaico. Tomado del folleto Vive Colombia, 2010 |
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